No nos damos cuenta de las malas elecciones que hacemos: idealizamos al otro creyendo que todo lo que dice o hace es en la justa medida y creemos que erramos nosotros por sentirnos indefensos, por no tenernos confianza, por inseguridad y falta de autoestima. Entonces, le otorgamos fuerza y poder al otro. Elegimos mal porque creemos que no nos merecemos nada más que lo que elegimos y nos resignamos a lo que nos dan y ofrecemos lo que nos quieren sacar con tal de tener de alguna manera al otro y nos volvemos incondicionales a esa forma de elección . Las malas elecciones determinan nuestra forma de vida, nuestros fracasos y nuestros sufrimientos. Son concebidas por lo poco que nos queremos a nosotros mismos, y elegimos mal, porque no vemos el valor que tenemos y no ambicionamos nada en tanto y en cuanto sentimos que no valemos nada.
Para elegir algo acorde a nuestras necesidades, debemos empezar a trabajar los sentimientos que tenemos hacia nosotros mismos. El temor a la soledad que nos obliga a renunciar a la exigencia y que nos lleva a aceptar lo que se presenta en la medida de que no se nos presente el vacío, estar al lado de alguien para evitar sentirnos solos aunque no alcance nuestras demandas ni exigencias mínimas para sentirnos bien. Las malas elecciones pueden llevarnos a situaciones críticas e irremediables, por no mirar la calidad de la persona que está a nuestro lado, o por esperar del otro sin pensar que quizás el otro no tiene nada para dar. Así, obviamos mensajes y señales que nos pueden advertir que no es una buena elección, que no acertamos, que creemos haber adivinado, que esto es lo que queremos y en lo que creemos. Damos otra oportunidad y no permitimos que se concreten despedidas que nos llevarán a arrepentirnos en el futuro de la mala vida que elegimos al azar.

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